Arranca la temporada de verano y los grandes operadores disponen ya todas sus baterías mediáticas para captar clientes.
Como observador privilegiado, desde la atalaya de mi micro-empresa, que no compite por volumen y se puede permitir ciertos lujos, me maravilla contemplar los artilugios, constructos y mecanismos que cada año levantan de la nada los enormes tour operadores para conseguir engordar sus cifras de ventas.
Este año me han sorprendido de nuevo: siempre se puede ir a peor… ahora dispondremos de wifi gratuito en los autobuses. ¡Perfecto! de esta forma, mientras viajamos por el valle del Rin, podremos descargnos el correo o twitear lo felices que nos sentimos estando de vacaciones, en vez de embargarnos con la visión de la Lorelei. ¿Es que nos hemos vuelto todos locos?
Me parece que el ser humano, que es capaz de lo mejor y también de lo peor, se ve inmerso hoy en día en un bucle demencial, una carrera absurda en pos del más difícil todavía, por medio del cual día a día nos volvemos todos un poco más imbéciles, ¿no crees tú lo mismo?
Pero a santo de qué es necesario leerse la edición digital de El País en el bus? ¿No pueden esperar los whatsapp de tus amigos a que lleguemos al hotel?
Yo concibo el viaje de otra forma, de veras… no puedo con ello.
Cuando viajo, pongo todos mis sentidos en exprimir cada rincón, me pregunto por las mil y una razones que habrá para que ese árbol haya crecido ahí y no allá; hablo, pregunto, molesto, comparto. En todo ese esquema, el wifi no me sirve más que para molestar, para entretener y hacerme perder el hilo de lo que quiero hacer.
En definitiva, eso NO ES VIAJAR. Lo siento, en esos buses no me vas a ver viajar…